Para los primeros cristianos, el víacrucis o calvario era una sucesión de adversidades y pesadumbres que aparecían en el camino hacia la Cruz. En mi vida como radiólogo vascular intervencionista no sé si contaría las catorce estaciones – igual me entretengo un día -, pero lo que sí es cierto es que mi primera estación la sufrí en el momento en que mi ilusión por quedarme como adjunto de Maynar en el Pino se desvaneció. Iba por mi segundo año de residente en Las Palmas y ocurrió que uno de sus adjuntos, Moisés Casal, recibió la oferta de organizar una Unidad en Vigo y la aceptó. Para mi asombro, Maynar me ofreció ocupar la plaza que había dejado Moisés y ser así el cuarto adjunto de su Unidad – cola de león – y yo acepté como si me hubiera tocado el gordo de la lotería de Navidad. Pero como decía una mujer canaria familia de mi mujer, “lo que no te espera, no es para ti”. Y así fue como esa plaza se perdió y me tuve que volver a la península a buscarme la vida después de dos años de formación como vascular en Las Palmas. Mi hospital del MIR, el Virgen de la Arrixaca de Murcia, no me ofrecía ningún contrato de adjunto; miento, sí me lo ofrecía, pero de ecografías generales en un ambulatorio. Ante esa perspectiva, empecé a indagar: estuve en el General de Albacete – Enrique Juliá se acordará – y un cirujano vascular con el que hablé me dio una carta de recomendación para el jefe de Cirugía Vascular de un hospital sevillano – no recuerdo cuál, perdí la carta -. Estaba claro que no quería jóvenes formados con Maynar que le pudiesen entorpecer sus planes – principios de los 90 y ya se les veía venir -. Luego me salió otra oportunidad en Ciudad Real, pero también fracasó: curiosamente, – entonces era territorio INSALUD – el arco vascular, un Siemens, se desvió a la Arrixaca de Murcia y su jefe, Rafael Leal, no contempló esa ganancia tecnológica como argumento para contratarme: ya se sabe, la generosidad no es una virtud muy española.
Y vuelta a empezar. Por esos días, en el Arnau de Vilanova de Lérida (o Lleida, que para el caso es lo mismo) había un proyecto de RxVI; alguien le habló de mí al jefe de Rayos, que me llamó. Cogí mi Peugeot 205 y de una tacada madrugadora me presenté por la mañana el día que se me citó. Que no se moleste nadie del Arnau, pero tanto el hospital como el Servicio de Radiología me parecieron lúgubres y, aunque tenían preparados los papeles del contrato, les dije que necesitaba unos días para pensármelo. Al salir del hospital me fui con una de mis hermanas, que trabajaba en Barcelona, a comernos un arrocito. En los postres, con hermosas vistas al puerto, llamé al jefe de Rayos y me dijo que no me había recibido en el hospital porque estaba esquiando. Y aprovechó para cantarme las excelencias del Pirineo catalán. Y ya no me quedó ninguna duda, no de quedarme a esquiar, sino de volverme para Murcia.
Pero como dicen los franceses, “avec la patience s’arrive à tout”, me llegó mi oportunidad: se me ocurrió llamar a Moisés Casal, que me invitó a ir a Vigo, ver el Hospital Xeral y contarme su proyecto. En la desaparecida estación del norte de Madrid, conocida como Príncipe Pío, me cogí un tren nocturno, el “Rías Baixas” – qué pena que hayan desaparecido los nocturnos, con lo literario que era despertarse en el tren y aparecer por la mañana en la ciudad de destino – y me dejé caer en Vigo. Pero esto ya es contenido para otra columna.