Sugerencias para tener la cabeza clara y el paso firme cuando llegamos a esta etapa de nuestro viaje por la vida…
Así es, primero de setiembre del 2021 fue mi primer día de jubilado y me encontró bien parado después de mi caída libre.
¡Jajajajaaaa…! Lo hemos escuchado: “estoy deseando jubilarme y no veo la hora llegue ese momento”. Para mi, desear la jubilación era como desear la menopausia o climaterio masculino. ¡Vamos! Si estamos para servir, hacer cosas para los demás: a los enfermos mejorarlos, educar y educarnos constantemente, compartir y disfrutar de emociones viscerales y espirituales que nos hacen sentir vivos. La verdad que nunca creí estar preparado para la jubilación. Una palabra no reconocida en mi diccionario de intervencionista.
Para quienes hemos tenido una vida de trabajo intenso, la adaptación para vivir como “hago lo que me da la gana”, es interesante. Algunos de mis queridos colegas, ofrecieron comentarios. Estos van desde “no puedo creer que te jubiles” (Karim Valji, entre otros que siguen trabajando), “felicitaciones, lo tienes bien merecido después de tantos años de trabajo” (la mayoría con quienes en su momento interactuamos), hasta “bienvenido, tendrás seis sábados y un domingo” (Juan Oleaga). La verdad es que estos buenos augurios me resultaron perversos en su momento. Ante la realidad inminente que iba a dejar de lado las responsabilidades de la profesión que abrazamos, tanteé mentalmente un sinnúmero de opciones para estar preparado para el cambio. Jugueteé con alternativas que incluyeron abandonar medicina y academia. Pero ¿que es lo que iba a hacer entonces?
La transición a esta situación en sus inicios fue realmente un desafío. Les cuento, empecé en caída libre cuando me bajé del caballo de jefe de departamento. En el intervalo desde entonces, hasta el 30 de junio del 2021 día en que dejé el trabajo clínico, la pandemia nos habia envuelto y sensatamente sustituí el intervencionismo por radiología diagnóstica alejado físicamente de fuentes de contagio. Una sustitución penosa con pésimos resultados para mi bienestar físico y mental. Estar sentado todo el tiempo, refrescar y actualizar dos décadas de cambios en las técnicas y hallazgos por imágenes (esto último acompañado por una buena paliza a mi ego por mis falencias y errores) resultaron de alguna manera en un profundo burnout. ¿Depresión? Buscaba sin solución ordenar los pensamientos en una forma coherente y con entusiasmo para lograr sentirme útil. La atención, brevísima. ¿Perdiendo el sentido? Una pregunta que me acosaba a menudo. Caramba, tuve que abandonar mi rol de editor asociado de una publicación de primera línea. El hacer esfuerzos de salir por el barrio y el parque vecino a hacer aerobismo con Carlitos, mi Weimaraner, era ir a arrastrarme por las calles mientras el perro caminaba. ¡No podía ni siquiera trotar! Ingenuidad y dirección eran necesarios para aplicar con buen uso la poca energía física que quedaba en un cuerpo maltratado por la silla y las pantallas de las estaciones de trabajo del PACS. ¡Qué va! Las agujas y catéteres, el pus, la bilis y la sangre no hacen tanto mal. El COVID-19… y sus colaterales…, tal vez.
Mantenido en las tinieblas con el hilito de luz de algunas participaciones online respondiendo a invitaciones de entrañables hermanos de intervencionismo. Todavía en caída libre casi en mis 77 años y trabajando, decidí hacer lo que el corazón mandaba. Salir de la confusión y monotonía de casa a visitar familia y amigos. Inquietud y la buena estrella me guiaron a Europa. Coincidió que mi hermana en la Argentina estaba agobiada y deprimida con la cuarentena debido a la pandemia. Hablamos y estuvimos de acuerdo en viajar buscando aclarar mentes. Decidimos encontrarnos en Milán donde ella tiene un hijo. Gran oportunidad de estar a tiro para saludar algunos de mis amigos en España e Italia. Miguel Ángel y Antonio en Zaragoza, hermanos de muchas vivencias para recordar, así como otros bien apreciados en Barcelona y Nápoles recibieron mi intención de visitarlos con calurosa alegría. Fue la primera dosis del tratamiento. ¡Y fue genial! El arranque, los bríos del viaje, asimismo como el estar en contacto con los seres queridos, reanimaron la pasión y gradualmente la energía para replantear mi actualidad llena de planes y ambiciones.
Una experiencia transicional con definidas acciones positivas que sustentan la recuperación y apertura a una vida de experiencia a disfrutarla plenamente con calma, aceptación y optimismo hasta el final. La acción positiva primordial es cuidar nuestro cuerpo y mente. Buena dieta (¿basada en plantas, considerando al jamón como un derivado esencial, así también como algunos pecadillos o bocadillos?), actividad física (el yoga, asociado a un poco de pesas y taichí son lo mejor), y la espiritualidad en paz, inmersa en búsqueda de la conciencia universal (¿filosofía?). Todo bien, pero no hay como un buen abrazo de tus familiares añorados y amigos de vida para despertar y estimular la llama que llevas dentro. Ese fuego rápidamente toma fuerza y te levanta. Afuera tendencias negativas que ahondan el pozo negro de una jubilación patética. No al aislamiento o a reposar el cuerpo o la mente sin que estén bien usados. El famoso actor y director de cine Clint Eastwood, de 91 años, nacido en San Francisco el 31 de mayo de 1930, cuando le preguntaron como hacía para seguir tan activo a su edad, respondió: “Me levanto todos los días y no dejo entrar al viejo”. Buena recomendación, no hay que dejar al viejo entrar, aunque golpee la puerta. Hay que aprovechar hasta la ultima gota del cáliz del amor y del saber compartiéndolos hasta el último acto. Allá encontramos nuestra eudaimonia, mientras el viejo se queda afuera.