Este artículo se ha publicado previamente en JVIR: https://www.jvir.org/article/S1051-0443(25)00531-7/abstract
La enseñanza de la radiología intervencionista (RI) debe concebirse desde el inicio como una formación clínico-quirúrgica integral, no como una mera extensión técnica de la radiología diagnóstica ni como un subcampo dependiente de ella (1).
La RI es una disciplina con entidad propia, que requiere un conocimiento profundo de la anatomía, la fisiopatología, la medicina clínica, la farmacología, las técnicas mínimamente invasivas y la evaluación terapéutica.
Reducir la RI a una derivación técnica de otra especialidad es ignorar la complejidad de sus competencias y la profunda responsabilidad clínica que conlleva.
Como expresó acertadamente el Dr. Kyung J. Cho, «el radiólogo intervencionista debe pensar como un clínico, decidir como un internista y actuar como un cirujano» (2).
No es una metáfora: define la esencia misma de la RI. No basta con guiar hábilmente un catéter; es necesario comprender el proceso de la enfermedad, el estado del paciente, el contexto terapéutico y las alternativas médicas o quirúrgicas disponibles.
La capacidad para justificar un procedimiento, compararlo con otras opciones y asumir las consecuencias clínicas de esa elección exige algo más que formación técnica.
Como escribió el Dr. Michael Dake, «la intervención sin conocimiento clínico no es medicina: es simplemente un procedimiento» (3).
Por tanto, la formación de los futuros intervencionistas no puede limitarse a la coordinación mano-ojo; debe incluir juicio clínico crítico.
Los estudiantes deben aprender a evaluar pacientes, interpretar resultados analíticos, solicitar pruebas adecuadas, ajustar tratamientos médicos, anticipar complicaciones y, lo más importante, decidir si se debe intervenir o no. La decisión de tratar suele ser más relevante que el procedimiento en sí.
En este sentido, la RI se asemeja más a la cirugía que a la radiología diagnóstica.
El conocimiento anatómico no puede ser superficial ni memorizado: debe ser profundo, dinámico y con conciencia espacial.
El radiólogo intervencionista debe conocer cada variante vascular y relación topográfica para garantizar el éxito del procedimiento.
La imagen en tiempo real ofrece la oportunidad única de aprender la anatomía desde dentro, pero solo con un ojo entrenado capaz de transformar la visualización en conocimiento operatorio.
Del mismo modo, la comprensión clínica de los mecanismos de la enfermedad ayuda al intervencionista a anticipar los efectos de una embolización, reconocer las respuestas inflamatorias postablación o predecir los cambios hemodinámicos de un shunt portosistémico intrahepático transyugular (TIPS).
Cada paso técnico es un acto clínico, y cada intervención, una decisión ética.
Se observa con admiración cómo, en países como Estados Unidos, la RI ha alcanzado el estatus de especialidad independiente, un hito en este campo.
Sin embargo, los datos recientes del National Resident Matching Program son reveladores: en 2024, solo 93 de las 159 plazas disponibles en la residencia independiente de RI (una formación de 7 años con un año de internado y 4 años de radiología diagnóstica, seguidos de 2 años de RI) fueron cubiertas (58,5 %), y únicamente el 38,4 % de los programas llenaron todas sus plazas (4–6).
En contraste, la vía integrada IR/DR —una formación de 6 años con entrenamiento clínico y guiado por imagen desde etapas tempranas— logró más del 98 % de plazas cubiertas, manteniendo un interés constante entre los recién graduados en medicina.
Estas cifras sugieren que la mayoría de los aspirantes actuales desean ser radiólogos e intervencionistas desde el principio.
El modelo de completar primero una residencia en radiología diagnóstica y después pasar a RI resulta cada vez menos atractivo.
Como dice el viejo refrán inglés, “no se puede tener el pastel y comérselo también”.
Un sistema formativo dividido entre dos identidades puede no satisfacer completamente a ninguna.
Este fenómeno no pretende ser una crítica al sistema estadounidense, sino una reflexión compartida por intervencionistas en diferentes etapas de sus carreras:
(a) un sénior,
(b) un profesional a mitad de carrera, y
(c) un joven.
Lo que une a los intervencionistas es la convicción de que la RI debe enseñarse como se practica: de forma clínica, ética y con plena responsabilidad sobre el paciente, desde la consulta inicial hasta el seguimiento longitudinal.
Creemos que la RI merece un enfoque educativo integrado y completo, que refleje todo su alcance clínico, honre su precisión quirúrgica y cultive su verdadera autonomía.
No es una directriz, sino una esperanza.
Una visión compartida por quienes han crecido con esta disciplina y por quienes comienzan ahora a darle forma a su futuro.
REFERENCIAS
- Morgan RA, Patel PJ, Binkert C, Tam A, Cardiovascular and Interventional Radiological Society of Europe (CIRSE) y Society of Interventional Radiology (SIR).
Global statement defining interventional radiology—have we reached the tipping point? J Vasc Interv Radiol 2025; 36:744–748. - Cho KJ. Interventional Radiology: A Survival Guide. 4ª ed. Filadelfia, PA: Elsevier; 2016.
- Dake MD. Reimagining the next generation of the vascular care workforce. Endovascular Today [Internet]. 2023. Disponible en:
https://evtoday.com/articles/2023-aug/panel-discussion-reimagining-the-next-generation-of-the-vascular-care-workforce. Acceso: 7 de septiembre de 2025. - American Board of Radiology. Focus on IR/DR, agosto 2024. Disponible en:
https://www.theabr.org/beam/focus-on-ir-dr-august-2024. Acceso: 3 de septiembre de 2025. - Anderson JC, LaBerge JM. Development and implementation of the IR residency. J Vasc Interv Radiol 2023; 34:2058–2060.
- Khaja MS, Sabri SS. Status report on the integrated and independent IR residencies: origins and projections for the future. J Vasc Interv Radiol 2023; 34:2061–2064.