¿Es hora de cambiar el nombre de la especialidad Radiología Intervencionista?

Una reflexión sobre claridad, identidad profesional y comprensión social

🖊 Sara Lojo, José Andrés Guirola, Miguel Ángel de Gregorio

La especialidad médica denominada Radiología Intervencionista (RI) ha revolucionado el abordaje terapéutico de múltiples enfermedades, mediante procedimientos mínimamente invasivos guiados por imagen. Sin embargo, su nombre sigue generando una confusión importante entre pacientes y profesionales sanitarios, que no solo dificulta su comprensión, sino que también menoscaba el reconocimiento pleno de la especialidad.

El problema empieza con la palabra radiología, que en la sociedad está asociada casi exclusivamente a pruebas diagnósticas (radiografías, ecografías, TAC, resonancias). Por tanto, cuando a un paciente se le dice que lo tratará un “radiólogo”, asume que le harán una prueba, no una intervención terapéutica compleja como puede ser una embolización de un tumor hepático, el tratamiento urgente de una hemorragia masiva o el drenaje de un absceso.

El término intervencionista tampoco ayuda. En español, según la RAE, hace referencia a quien se entromete en asuntos ajenos o actúa con afán de control externo. Aunque en medicina tiene un sentido técnico, la connotación original no ha desaparecido y añade confusión a los pacientes. El resultado es un nombre que no comunica con claridad ni refleja adecuadamente la actividad clínica, técnica y quirúrgica de esta especialidad. Pero la confusión no solo nace del nombre, sino también del modo en que otras especialidades médicas —seguramente sin mala intención, pero con consecuencias indeseadas— se refieren a ella. Es frecuente escuchar frases como: “Los compañeros radiólogos le harán unas pruebas”, cuando en realidad están derivando al paciente para un tratamiento complejo como una ablación tumoral, una recanalización vascular o un procedimiento de control hemorrágico. Estas expresiones, lejos de informar, distorsionan la percepción del paciente sobre quién va a tratarle y qué nivel de especialización requiere el procedimiento.

Más preocupante aún es que parte de esta confusión también nace dentro de la propia comunidad de radiólogos intervencionistas. Algunos profesionales de RI —quizás por tradición, comodidad o estructura organizativa— han asumido un rol puramente técnico, desentendiéndose del seguimiento clínico, de los síntomas del paciente, e incluso de la continuidad asistencial.

Esta actitud refuerza la idea de que su labor es un “acto técnico” aislado, y no una intervención médica integral que requiere juicio clínico, toma de decisiones terapéuticas y control evolutivo.

Es por todo ello que resulta necesario abrir un debate serio sobre la conveniencia de cambiar el nombre de la especialidad. Una denominación como Cirugía Mínimamente Invasiva Guiada por Imagen (CMIGI) —o alguna variante afín— reflejaría mucho mejor la realidad del trabajo que se realiza: procedimientos quirúrgicos, con las manos, mediante el uso experto de tecnologías de imagen, con responsabilidad clínica plena y capacidad de resolución.

Esta propuesta no pretende invadir el campo de otras especialidades quirúrgicas ni despreciar el legado de la radiología diagnóstica, sino visibilizar una práctica que ya existe, que es imprescindible, y que necesita una identidad propia clara. No es una cuestión de ego ni de marketing; es una cuestión de justicia profesional, de comprensión por parte del paciente y de supervivencia de la propia especialidad. El lenguaje crea realidades. Y en medicina, también puede salvarlas.

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